POR: JOSÉ FRANCISCO COELLO UGALDE.
Rodolfo Gaona se encontraba, para el año de
1911 en plan ascendente, incontenible. Era ya una figura consagrada, en
potencia absoluta. Si magistral podía estar con la capa, se superaba en el
tercio de banderillas, hasta escalar en el tercero de la lidia y culminar
diversas faenas con la espada, que lo convirtieron en eje de la tauromaquia, en
su época… e incluso en la nuestra, en donde sigue siendo paradigma, modelo y
torero para toreros.
La imagen escogida para ilustrar el
presente material, corresponde al trabajo del excelente fotógrafo Eduardo Melhado quien, como muchos,
ocupaba aquellas curiosas canastillas que fueron colocándose con los años en el
“Toreo” de la colonia Condesa, y desde donde estos señores, poseedores de un
auténtico “ojo clínico” realizaban auténticos, verdaderos portentos de la imagen,
tomando en cuenta que para la época, cargaban con un equipo primitivo, de gran
formato, y con un conjunto de placas en vidrio, material vulnerable de suyo,
con lo cual tenían suficiente pero limitada condición para lograr instantáneas
que luego se tornaron todo un ejemplo de hacer fotografía.
Rodolfo Gaona banderillando de poder a poder al segundo toro de Piedras Negras, la
tarde del 10 de diciembre de 1911. La fotografía es de Eduardo Melhado.
La imagen posee tal equilibrio que
por sí misma, y en una muy particular opinión, me parece de las más bellas, por
la perfección lograda en el momento en que el “Califa de León” llega al
encuentro y consuma esta maravillosa suerte. Las piernas, los brazos en esa
curvatura y extensión conjunta consiguen, por un momento, que la figura del
leonés esté suspendida en el aire. Apenas nada. Y luego, la forma en cómo
embiste el piedrenegrino, le confiere el
resto de aquel movimiento, pues en brava acometida, se lanza sobre el diestro
quien levantando los brazos, ha colocado en las mismas péndolas el par de
garapullos, que corresponden a un zarzo de lujo con los que quedó adornado en
forma excepcional el ejemplar tlaxcalteca.
Soberbia la ejecución de Gaona, magistral
la forma en que Melhado consigue, a través
de la mirilla de su cámara, perpetuar tan emotivo instante.
He aquí al excelente fotógrafo Eduardo Melhado.
Todo es tan perfecto aquí, como el
mismísimo soneto que Lope Félix de Vega Carpio escribió para explicar la forma
en que dicha creación, constituida por 14 versos se convierte en exquisita
virtud:
Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara
consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.
Por el primer terceto voy
entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.
Ya estoy en el segundo, y aun
sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.
Han transcurrido poco más de 100 años
en que esa imagen comenzó a circular por entre las publicaciones de la época,
causando el asombro que alimentaba desde su propio imperio el “Indio grande”:
Rodolfo Gaona. Si la capacidad de asombro cabe en el impacto que produce una
imagen fotográfica, como la que ahora es motivo de reflexiones, puedo decirles
que admirarla una vez más, y ahora en posibilidad de interpretarla, adquiere
ese sentido en donde el arte nos vuelve a dar la mano.



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