Por Paco Mora
| Por Paco Mora |
En este mismo portal he visto una fotografía de un
novillero dándole un beso en el morro a un novillo. He sentido una
inmensa sensación de hastío, pues he tenido la sensación de que de poco
vale que algunos clamemos en el desierto por la recuperación del toro
bravo y encastado como elemento principal del retorno al toreo de ese
bien superior que es la emoción. Si desde que comienzan, los novilleros
se acostumbran a faltarle al respeto a los animales que torean no es
extraño que cuando sean figuras, los que lleguen, hagan todo lo que
puedan y más por no verle nunca la cara al toro, para poder seguir
haciéndolo.
No sé quién es el novillero en cuestión ni me importa, pero como mínimo, y prescindiendo de otras consideraciones de orden superior, ese gesto es un detalle de mal gusto. Al que hay que sumar la poca importancia que el muchacho le da a su adversario, seguramente porque no la tenía. Es una impresión parecida a la que experimenté el día en que Jesulín de Ubrique le chupó un pitón a un toro. Eran los tiempos en que Jesús se tomaba la profesión por el pito del sereno. Luego se puso más serio y llegó a dar una dimensión de buen torero, técnicamente casi perfecto. Pero primero tuvo que renunciar al catálogo de excentricidades que le dio fama y nombradía.
No aprovecharé la ocasión para clamar por la fiera corrupia. Simplemente, con que los novillos y los toros salgan con el respeto debido por delante y el trapío que corresponda a su hierro, además de bravos y encastados, es suficiente para que ningún coleta sienta la tentación de darles un beso en la boca.
No sé quién es el novillero en cuestión ni me importa, pero como mínimo, y prescindiendo de otras consideraciones de orden superior, ese gesto es un detalle de mal gusto. Al que hay que sumar la poca importancia que el muchacho le da a su adversario, seguramente porque no la tenía. Es una impresión parecida a la que experimenté el día en que Jesulín de Ubrique le chupó un pitón a un toro. Eran los tiempos en que Jesús se tomaba la profesión por el pito del sereno. Luego se puso más serio y llegó a dar una dimensión de buen torero, técnicamente casi perfecto. Pero primero tuvo que renunciar al catálogo de excentricidades que le dio fama y nombradía.
No aprovecharé la ocasión para clamar por la fiera corrupia. Simplemente, con que los novillos y los toros salgan con el respeto debido por delante y el trapío que corresponda a su hierro, además de bravos y encastados, es suficiente para que ningún coleta sienta la tentación de darles un beso en la boca.

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